martes, 28 de octubre de 2014

“El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra” (Mt 13, 45-46)

La alegría de quien encuentra la perla “preciosa” es tan grande que toda otra cosa palidece ante tanta belleza. Cautivada por ella, la persona pone en juego toda su existencia y se entrega apasionadamente a su compra. Así es la experiencia vocacional.
El encuentro entre Dios, que llama, y la persona, que es llamada, ofrece una luz nueva que ilumina la propia historia. La mirada de los ojos y, sobre todo, del corazón se purifica y todo se ve bajo la luz de la belleza de Dios. La vocación es eso justamente: un cambio de mirada. La luz que se desprende del encuentro con Jesucristo, “la perla preciosa”, despierta en la persona un doble deseo: el de no querer perderla nunca y el de hacer su voluntad: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Tanto amor descubierto se convierte en amor ofrecido gratuitamente a otros.
Paco Daza, O.Carm




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